M. Claire Dujardin

¿Me creerían todo lo que les digo? Bueno eso no importa, no puedo contar mas de lo que recuerdo.
Nací alrededor del año 1074. Mi madre… no recuerdo nada de ella, solo sé que se llamaba Claire y murió dos años después de mi nacimiento. Tuberculosis, tal vez. Mi padre nunca me contó más de ella, era suficiente con que me parecía más de lo que él pudiera soportar.
Se llamaba Alexandre, un señor del Reino Franco, clase media alta por ser vasallo. No éramos nobles, pero sí ricos. Como podrán entender, al pertenecer al clero debíamos juramentar ante Dios nuestra fidelidad al Rey para que él nos concediera nuestros beneficios, de lo contrario iríamos al infierno. Si, mi padre tanto como yo, éramos católicos, creyentes por completo. Asistía a un monasterio para tener acceso a la educación. Mi vida no era muy entretenida, si puedo confesar, solo me interesaba las escrituras, y algunas que otras historias supersticiosas. La política, servidumbre y eso, no llamaban mi atención, me arrepiento por ello.
Todo iba tan monótonamente, hasta el día que mi padre decidió que era momento de buscar un hombre con quién casarme. La idea al principio me entusiasmo, recuerdo estar feliz conociendo caballeros, nobles, y todas sus clases. No tardé mucho en comprometerme con alguien, sé que debía estar contenta por el hecho, pero el problema es que todo fue arreglado. Verán, cuando uno tiene 19 años, todavía se cree en el amor de cuentos.
Digamos que fue un matrimonio y una boda bastante buena, solo por cortesía y porque en verdad parecía que duraría toda la vida. Me cuesta admitir que así fue. Fueron 3 o 4 años, y entonces algo cambió.
Aún me sé el discurso del papa Urbano II. Seré breve, no los quiero aburrir y tampoco me place recordar. Aquél discurso empezó un movimiento frenético católico, Las Cruzadas que todos conocemos. Lo que pocos conocen es lo que eso causó. Los que no encontrábamos en Clemont, debimos movernos por las amenazas de la guerra. Y así fue.
Tuvimos un viaje largo y debimos acampar una noche, solo eso bastó. Esa noche, mientras nos desplazamos, algo atacó a nuestros guardias y se metió en nuestra tienda. Mi esposo y yo dormidos, no notamos nada. Lo ultimo que recuerdo fue despertar, una mujer a mi lado clavaba sus colmillos en mi esposo, que ya no parecía tener vida. Terminó con lo suyo y me miro, creí que me mataría pero no, no lo hizo. A cambio, me dejo una herida que ardía como fuego, agonizando por días, a lo que yo llamo “su cuidado”.
Aún hoy en día no se porque prefirió transformarme, prefirió “secuestrarme” y dejar que sufriera lo mismo que ella durante las cruzadas. Su nombre era Anabelle, nunca me dijo su apellido. Hablábamos poco, solo me dijo lo suficiente para ser lo que soy ahora, para seguir con esta maldición. Yo no me aceptaba, comprenderán que ser un católico es mas difícil que ser cualquier bestia.
Solo huimos, y en ocasiones meditaba, queriendo “purificar” lo que alguna manera ahora era. No supe más de mi familia hasta su muerte. Mis riquezas, ya no importaban, las de ella tampoco, solo la teníamos como algo más mientras aprendimos a mezclarnos (por lo menos yo), con la gente. Duré unos siglos con ella, hasta que desapareció.
¿Qué puedo decir ahora? Aquí estoy, sigo en Francia, no me llama la atención otros países. Conozco si acaso algunos seres sobrehumanos. Huyo de cazadores, de la inquisición y ya no creo en Dios. Solo tengo dinero, poderes y sed que me encanta saciar.