Amanda Smith

Era un día de verano, con un sol espléndido en la copa del cielo, el viento soplaba suavemente por aquel pequeño caserío. A pesar del calor la grama era verde en aquellos pequeños jardines de unas cuantas casas de lugar. Las hojas ya marchitas caían de los árboles y danzaban por los porches silenciosos, unas cuantas nubes hacían sombras en el suelo mientras recorrían el azul cielo de aquella tarde tan tranquila y común en el pueblo. Sin embargo para una familia aquello era diferente. En la casa de los Allen, como era conocida, la mujer del mecánico que residía en aquella casa, daba a luz a su primer hijo. Una niña que dieron por nombre Devlin, al igual que su madre, nació esa tarde en un pequeño pueblo cerca de Wichita City, Kansas.
Pasaron los años y Devlin asistía al colegio que se encontraba a unos cuantos minutos del pueblo, allí aprendía las cosas que jamás aprendería en su casa. Demostraba ser un prodigio y pertenecía al coro como una actividad para su recreación. Por fuera de aquello todo parecía normal para ella, sin embargo tras los años tenía que aprender a crecer prácticamente independiente, pues sus padres se encontraban –mayormente- ocupados por su trabajo.
Quizá era un pueblo demasiado silencioso, con una casa bastante común tal parecida a cualquier historia que pudiera aparecer en un cuento de hadas. Pero los cuentos de hadas no existen.

Luego de 9 años, un día que había comenzado normal, se tornó oscuro para la memoria de la niña. Ocurría entonces un clima bastante cotidiano de cualquier tarde de otoño. En verdad, de cualquier día en cual ella llegara al colegio en la pequeña camioneta que se consideraba su transporte. Sus padres no estaban en casa, muy cotidianos, muy aburridos. Aquél día ella no entró a su casa, decidió sentarse en el porche de su casa para encontrar algo entretenido que hacer, sin embargo solo había decidido quedarse para imaginar que estaba en la punta de un inmenso castillo. Tal vez seguía en su pequeña fantasía hasta que un fuerte sonido la desconcertó. Lo siguiente era una escena bastante difusa, un automóvil bastante viejo, dos hombres altos con una mascara negra ocultando su rostro, un hombre alterado que gritaba en el carro y una niña desenfrenada que falló en sus intentos de correr.
Tenían un solo propósito, llevarse a la niña. Irrumpieron en aquella casa, aquella puerta de madera simplemente quedó destrozada, la tomaron bruscamente, la amordazaron y la metieron en el auto mientras que observaba como se alejaba de su casa. Ese sería su último recuerdo en aquél lugar, uno empeñado por las lagrimas de aquél instante. Así fue como exitosamente lograron secuestrar a Devlin. Desde aquella vez la muchacha creció recordando cada mañana, aquél momento del cual únicamente sabía que no volvería a casa.

Quizá ya habían pasado unos 5 años desde entonces y llevaba una vida normal, aparentemente. Su nombre había cambiado al igual que el resto de su historia. Ahora se encontraba en Bielorrusia, bajó la tutoría de Matthew Smith un militar ruso bastante recio, y poco equilibrado. Con altos cargos no fue difícil lograr la movilización de la niña, a quién adopto y llamó Amanda D. Smith. Al parecer era una muchacha igual de sobresaliente, pero ahora asistía a la academia militar de su reconocido “padre”.

Todo parecía no haber cambiado “mucho”. Pero en verdad, las apariencias engañan. Como se dijo, pasaron 5 años, durante los cuales en militar no perdió el tiempo con su nueva adoptada. Era constantemente evaluada en la academia, y en su casa, sin que ella lo notaran llevaban un exhaustivo seguimiento de sus avances en la nueva vida que le habían preparado. Todo tiene su justificación, por supuesto. A sus 14 años empezó a ser sometida a intensos experimentos, que aumentaban su intensidad a medida que ella los soportaba. De eso trató su adolescencia, intentando escapar unas cuantas veces, que con lo único que acabaron fueron con moretones más eminentes.

Luego de los años, en uno de los ensayos ocurrió un tremendo y catastrófico fallo, alguna máquina o algún dato, había fallado y se produjo una explosión en el laboratorio, Amanda no pudo salvarse. Se suponía que tenía que morir, se suponía. Sin embargo, sobrevivió demostrando que había adquirido ciertos poderes durante el proceso. Notando tal hazaña, no perdió la oportunidad de escaparse. En sus pensamientos era algo de destino lo que había ocurrido, sin creer en coincidencias, tomó algunas de sus cosas, las llaves del carro y huyó.

Pero llegó el tiempo de las inundaciones. Y ella se encontraba en una vía aparte de la ciudad, una carreta fría, sola y abandonada, parecía no tener rumbo. Un único camino conocido, tal vez en sus sueños. La lluvia impedía ver bien el camino, sin embargo el letrero logró verse con claridad, CONSTANCE EMILE. De ahí solo conoce este lugar, sin saber de nadie, ni nada más.